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2003 09 19 * El Pais * El orden público * Ruth Toledano

Habíamos quedado en el Café Comercial con Maurizio Turco, presidente de los diputados radicales de la Lista Emma Bonino en el Parlamento Europeo, y con su asistente, Malena Zingoni.

Salvada, o quizá irremisiblemente desordenada, por la poesía, venía repitiéndome los versos de Julia Uceda: "Siempre serán la misma / rosa la de Alabama y la de Austria". Habíamos quedado en el Café Comercial con Maurizio Turco, presidente de los diputados radicales de la Lista Emma Bonino en el Parlamento Europeo, y con su asistente, Malena Zingoni. Buscando apoyos en España, desgranaban sus iniciativas, haciendo hincapié en la que promulga el respeto por los principios de libertad religiosa y de laicidad del Estado en la futura Constitución Europea, suscrita ya por 257 diputados europeos y apoyada por 335 diputados nacionales de los 15 países miembros de la Unión Europea. Escuchaba y seguía oyendo a la poeta ("No sé, Charlie... Los valses.../ Toda esa Europa muerta me hizo / pensar que había una lágrima / a punto de caer desde las rosas / del sur... Y que yo estaba / viva -vivir es esperar- y que ninguna / lágrima iba a caer sobre mi hombro./ Pero ha caído...), mientras i Radicali nos repetían sus consignas para la manifestación que han convocado en Roma el sábado 20 (NO TALIBAN-NO VATICAN. Por la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Por la libertad de investigación científica. Por la libertad), nos avisaban sobre la conferencia El poder temporal de la Iglesia Católica, en la que intervendrán varios profesores españoles y que hoy viernes y el sábado se transmitirá en directo en español a través de www.radicale.it, y nos explicaban cómo España viola la Directiva 91/680/CE sobre armonización fiscal en materia de IVA en beneficio de la Iglesia Católica. Y Julia Uceda, la exiliada, la repatriada al fin por esta democracia dolorida, seguía hablándome, sin embargo, de un dios ("Qué extraño / que del papel no salgas tú o el ángel que cruzó / fuegos y sombras / sin el que Dios no puede estar seguro").

Después nos despedimos y subimos la calle Fuencarral y nos sentamos en una terraza de la plaza del Mercado, ese hueco de grises mordidos al asfalto en el que un olivo estupefacto comparte con los perros tres metros de desechos. Nos sentamos allí, enajenados como quien ha cumplido la obligación de abandonar su casa ("Abajo y muy lejana / Nôtre Dame agitaba su pañuelo / y Burgos y León me despedían"). Y hablábamos de Europa, y de sus políticos, y del derecho a votar y a no votar, y de la idea humanista de progreso, y del Berlusconi filofascista y amigo de Aznar. Y hablábamos también de los ilusos, de los transversales ("Lo más limpio es marcharse: / no dejar que se ensucie / nuestra mano inocente. Pero suena el teléfono / y Sí, soy yo, decimos"). A nuestro alrededor, una urbana lentitud, desocupada. Observábamos a una pandilla de adolescentes de aspecto Latin King: pantalones y camisetas anchísimos, gorra de beisbol al revés, cadenas doradas sobre la piel mestiza. Podríamos hallarnos en el Bronx. Y, como en una súbita escaramuza, persiguieron a otros, oímos alguna voz amenazante, apenas nos dio tiempo de entender qué estaba sucediendo ("...Se agitaba la ciudad / como un pecho / que respira"). Y, de debajo de los adoquines, de entre las mesas de los bares, por entre la gente que paseaba la acera, aparecieron, no uno, ni dos, ni tres, sino diez o doce policías secretas. No hubo violencia, más allá de la que ejerce un poder circunstancialmente superior al poder de los otros, y asistimos a media hora de contemporaneidad. Como excedidos, como exportados -¿o deportados?- yanquis, allí estaban aquellos chicos hispanos, difíciles, violentos, probablemente inocentes, peligrosos. Y los otros, los secretas, salidos del atelier de un estilista policial: siendo que el barrio es gay, pues pinta gay; siendo que atrae a los foráneos, pues riñonera en bandolera: gays de provincias orientándose por Madrid. Y debajo del polo Ralph Laurent de imitación, les vimos las pistolas. Y uno de ellos paró a un taxi al que no se subió: fue directo al maletero, lo abrió, sacó una bolsa de IKEA, lo despidió. El taxista era asimismo de estilismo. Y la chica cañón, "la de tribus", supusimos. Se fueron juntos. Los Latin Kings se quedaron, juntos también.

Y nosotros nos fuimos, solos, dando la razón a los dos y a ninguno. Pensando en un humanismo radical que concibe otra Europa. Oyendo a Julia Uceda, la poeta: "Nada más natural. Lo extraño es esto: / no poder derrumbarse en las aceras / porque hay que mantener el orden público".