La historia que narran sobre el banco vaticano es un viaje tan exhaustivo como espeluznante al corazón de una entidad financiera cuyas prácticas estuvieron hasta ahora en total contradicción con el mensaje moral de la Iglesia.
Cada mes que transcurre, el papa Francisco completa un poco más la obra inconclusa de su predecesor, Benedicto XVI. El teólogo duro y poco amigo de los medios había comenzado una profusa obra de limpieza en el seno de uno de los organismos bancarios más secretos y sucios del mundo, el IOR, el Instituto para las Obras de Religión, el banco del Vaticano. La guerra interna que desencadenó ese histórico intento de poner término a las prácticas tramposas heredadas del pontificado de Juan Pablo II condujo a la inédita renuncia de Joseph Ratzinger. La guerra por el control del IOR y por impulsar cambios que pusieran al banco del Vaticano en sintonía con un mínimo de las reglas internacionales es uno de los motivos que explican el alejamiento de Benedicto XVI.
Francisco siguió la obra iniciada por Ratzinger: apenas electo papa, retiró los exorbitantes privilegios económicos de que gozaban (25 mil dólares) los cinco miembros de la comisión cardenalicia que supervisaba –inútilmente– las actividades del banco: luego nombró una comisión de cinco miembros encargada de investigar la situación económica y jurídica del banco del Vaticano. Dicha comisión está presidida por el cardenal salesiano Raffaele Farina –80 años– y su meta consiste en proponer una reforma del banco para que “los principios del Evangelio impregnen también las actividades de carácter económico y financiero”. Por último, Bergoglio terminó por decapitar la cúpula del IOR y poner el banco bajo su mando. La Santa Sede anunció ayer la renuncia del director general, Paolo Cipriani, y del vicedirector, Massimo Tulli (ver pág. 25). Esta serie de decisiones no tiene precedentes en la negra historia del IOR. A pesar de que el Muro de Berlín se cayó hace mucho –1989–, el banco del Vaticano siguió operando como si el mundo no hubiese cambiado. Juan Pablo II había hecho del IOR el brazo armado de su estrategia contra el comunismo. Para recabar fondos con el fin de usarlos en la lucha contra el comunismo y la Teología de la Liberación, el papa polaco contrató a una inusual galería de cardenales corruptos y mafiosos asesinos. Entre éstos se destacan tres: el banquero de la mafia Michele Sindona; el banquero al frente del Banco Ambrosiano, del cual el IOR era el accionista mayoritario, Roberto Calvi; el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, quien pasó de guardaespaldas de Pablo VI a presidente del IOR, y el cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara. Sindona murió envenenado en la cárcel y Calvi apareció colgado en el puente londinense de los Frailes Negros. Bergoglio ha puesto esta vez un límite entre aquellas historias y el futuro. Hace un par de días la Santa Sede se puso a disposición de la Justicia italiana y ello permitió el arresto del monseñor Nunzio Scarano, apodado Monseñor 500 por su gusto pronunciado y demostrativo por los billetes de 500 euros. Scarano, un miembro de los Carabineros, Giovanni Maria Zito, y el trader Giovanni Carenzio están acusados de haber montado circuitos paralelos de lavado de dinero a través del IOR.
Se podría escribir una historia tan extensa y cautivante como la Comedia Humana de Balzac sobre el inescrupuloso banco del Vaticano. Hasta hoy, la mejor historia la escribieron Maurizio Turco, Carlo Pontesilli y Gabriele Di Battista. Su libro Paradiso IOR es un viaje tan exhaustivo como espeluznante al corazón de una entidad financiera cuyas prácticas estuvieron hasta ahora en total contradicción con el mensaje moral de la Iglesia. En esta entrevista exclusiva con Página/12 en Roma, Maurizio Turco y Carlo Pontesilli analizan el pasado turbio y el porvenir aún incierto del IOR.
–Ustedes no dudan en calificar al
IOR como un banco criminal. Tratándose del Vaticano ese calificativo
sorprenderá a mucha gente.
Carlo Pontesilli: –El IOR es un
banco que goza de una extraterritorialidad mundial. El IOR es un territorio de
bandas oscuras, de capitalistas aventureros, de financistas inmorales, de
dinero del crimen organizado que circuló a través del banco y también, por
supuesto, el dinero de la corrupción de la clase política italiana. Todo
gracias a una normativa que protegió al banco y a sus actividades a lo largo de
las últimas décadas.
–¿Esto es un recuento histórico o
una realidad aún presente?
C. P.: –No, esto no pertenece al
pasado en el sentido de que las condiciones que permitieron todas esas
irregularidades aún se siguen dando dentro del IOR. Todo este sistema pudo
funcionar debido a una falta absoluta de control por parte de Italia y de la
misma Unión Europea, que no controló lo suficiente como debió hacerlo. La
verdad es que ese pasado negro no se acabó todavía. Nuestra tesis consiste en
decir que un banco no puede coincidir con una religión. Por eso confiamos mucho
en el papa Francisco para que esto cambie, esperamos que haga lo que hizo San
Francisco, quien no sólo ayudó a los pobres, sino que también fue pobre él mismo.
No se puede estar de acuerdo con un banco que funciona a través de un sistema
técnicamente criminal.
–Criminal es una palabra muy
fuerte…
C. P.: –Sí, es un banco técnicamente
criminal. El crimen es todo aquello que viola la normativa. A partir del momento
en que un banco del Vaticano viola la normativa sobre el lavado de dinero, la
normativa monetaria mundial, a partir del momento en que el banco del Vaticano
recibe a personajes turbios, no se lo puede calificar de otra manera. La
historia reciente está llena de episodios terribles: asesinatos, muertes
sospechosas, quiebras bancarias, dinero del crimen organizado. En suma, a un
banco así sólo se lo puede definir como técnicamente criminal.
–Ustedes hablan concretamente de
falta de control. ¿Qué significa eso?
C. P.: –Significa que al banco del
Vaticano entra dinero que luego termina en todos los mercados mundiales sin que
nadie sepa nada. Por ejemplo, en teoría, el estatuto del IOR dice que sólo los
miembros de la Iglesia pueden tener una cuenta en el banco. Pero no es
exactamente así. Sabemos que detrás de las cuentas abiertas por los religiosos
se esconden los verdaderos titulares: hombres políticos, mafiosos. Sería bueno
saber quiénes son esos laicos que operan a través del banco del Vaticano y gozan
del estatuto offshore del IOR para operar en el mercado financiero. El IOR
tiene, por ejemplo, unos 300 millones de dólares invertidos en Estados Unidos.
Pero no se sabe dónde. ¡Imagínese que se descubre que ese dinero está invertido
en sectores como el mercado de las armas o de los organismos genéticamente
modificados!
–Para ustedes, esa manera oculta de
operar es la que permite todos los abusos imaginables... y más allá.
Maurizio Turco: –Desde luego, el
tema no son las cuentas secretas, eso no existe, sino las cuentas enmascaradas.
Por ejemplo, el IOR hacía un giro a nombre de IOR hacia otro banco, y también a
nombre del IOR. Eso no se puede hacer. El problema es que al banco del Vaticano
se le permitió operar en todo el planeta enviando el dinero de un banco a otro
sin que se supiera a quién pertenecía ese dinero y sin decir que ese dinero era
de la Iglesia. Teóricamente, ese dinero debe servir para las obras religiosas.
Pero no. Hemos visto que ese sistema de enmascaramiento de las cuentas funcionó
en todo el mundo: ¡la Iglesia universal tiene el banco universal para el
reciclaje universal!: IOR, Instituto para las obras de reciclaje... Lo último
que uno puede imaginar es que el banco del Vaticano intente lavar dinero. Pero
es así porque no tiene ninguna obligación, ni interna ni externa. No le rinde
cuentas a nadie. Son muy pocas las personas que saben a quién pertenecen
realmente las cuentas abiertas dentro del IOR.
–En suma, el banco del Vaticano fue
una suerte de eslabón libre de toda norma y obligación.
M. T.: –Así es. A lo largo de todos
estos años el IOR pudo operar en el corazón de Europa, pero no en nombre de
intereses europeos o nacionales, sino en nombre de intereses personales. Esto
quiere decir en nombre de los intereses de hombres del crimen y de la política.
El banco del Vaticano es un seguro absoluto de que no se sabrá a dónde va el
dinero, ni a quién pertenece.